Con las dificultades propias de los que caminan en un Ford del año 1920 y por camino malo, vamos de tumbo en tumbo, pero avanzando, avanzando.

viernes, 9 de octubre de 2015

Cuando era más chica, despertaba llorando y era feliz por la noche. Ahora es lo contrario. A las seis de la tarde —hora fatal para las solitarias— muero y remuero. Me transformo en una bestia encerrada, impotente en su enorme fuerza inútil. ¿Es esto la adultez?, pregunto. ¿Ser una persona grande es odiar la niebla y la oscuridad? La vida es demasiado larga, creo, siento. No es larga cuando hay muchas cosas que hacer. Pero cuando no se hace nada o se espera todo, que es lo mismo, entonces la vida es larga. Pero yo me veo forzada a pensar en la vida. Desde hace muchos años, desde que me di cuenta que sufría demasiado tuve que pensar en mi vida. Y entonces pensé en mi vida:

-Tienes que salir de esta situación.

-No sé cómo.

-Tú crees que estás sufriendo para algo, para alguien. Aún no sabes que no hay a quién demostrar que se sufre.

-Pero yo debo sufrir. Es como si debiera vengarme.

-Tienes que salir. Ve a un museo, ve a pasear, usa tus ojos, no los guardes, ya es hora de que los uses.

-Quiero que me cosan los párpados, así sabré que no veo no porque no quiero sino porque no puedo.

-Debes salir. Tienes que usar de tu ternura. No puedes dejarla sepultada en tu espera.

-Tengo miedo de salir.

-Todos tienen miedo.

-Pero yo más, porque nunca he salido y los otros ya han salido y tengo que hacer un esfuerzo muy duro cuando estoy con alguien para fingir que yo también he salido. Y no es verdad. Jamás he visto nada ni ido a ninguna parte.

-Tienes que salir y ver a la gente.

-Tengo miedo de la gente. Siento que engaño a la gente. Que la engaña mi cara, mi voz, mi cuerpo. Es un esfuerzo muy duro hablar: como si yo también tuviera una vida propia, como si también a mí me pasaran cosas, es un esfuerzo muy duro ocultar mi sorpresa por estar afuera, hablando.

-Tienes que salir.

-Sí. Voy a salir. Quiero vivir como todos.

-No. No es verdad.

-Sí. No es verdad. No quiero vivir como todos. No puedo creer que yo también entraré en la vida de ellos y yo también haré lo que hacen ellos.

-Te crees distinta.

-Es verdad. No puedo creer que mi vida será como la de ellos. No sé nada, lo ignoro todo, pero no puedo creer que lo que hacen ellos es la vida. Mi vida no será como la de ellos.

-Si no sales tu vida no será nunca nada. Será como ahora. Una espera vacía.

-No sé adónde ir. Todo es provisorio. La gente es provisoria. Son seres que están en tanto no aparezcan los otros, los verdaderos.

-Quieres decir los que no existen, los que habitan tu delirio.

-No puedo ser amiga de la gente, la gente no es mágica, no tiene halo, es como la necesidad de comer y de orinar y de bañarse. Yo quiero que la gente sea del color de mis sueños. Quiero que la gente sea mágica.

-Tienes que salir y ver a la gente.

-Pero tienen mal gusto, como un remedio para la tos. La vida de ellos tiene mal gusto, hay que vivirla con los dientes apretados, pensando en otra cosa, entreteniéndose con otras cosas, porque de lo contrario es insoportable.

-Tienes que vivir como ellos.

-Lo haré. Pero su vida gotea como una canilla rota, da ganas de llorar, como cuando se contempla un reloj viejo y enorme en una sala desierta. Los minutos se suceden como el llanto de un gato. Si es preciso vivir como ellos viviré, pero siento que renuncio a todo.

-Lo que llamas todo es tu espera vacía, tu nada. Ellos tienen poco, pero tienen algo. Tú también debes entrar en la vida de ellos y tratar de conseguir también tú un poco de algo, algo de algo.

-Lo haré. Pero sólo con la voluntad. Nunca con mis deseos.

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